Solo tienen alma aquellos seres que sufren.
Mas que hacer literatura, la intención de la viñamarina Teresa Wilms Montt era dar salida a su espíritu, escribiendo como quien manifiesta diariamente sus emociones, principalmente negativas, pues la alegría se remite solo a raras risas esporádicas. No, la vida para Teresa Wilms no es más que una larga agonía en soledad, atravesada por ciertas ilusiones que no logran opacar el sufrimiento.
La constante duda es, en gran medida, la causante del profundo desasosiego espiritual que la aqueja, esperando eternamente algo que nunca llegará. De allí el deseo por anular la comprensión y la conciencia, intentando volver así al asombro y la novedad tan propia de la inocencia.
Si bien todos llevamos en el espíritu un crepúsculo y una aurora, hay personas en las que prima más la muerte que la vida, anhelando más el sueño que la vigilia, ya que esta última no produce más que hastío y sentimentalismos histéricos, emociones que la mente no logra sobrepasar. “Quisiera -nos dice Wilms Montt- como un murciélago nocturno, plegar las alas y quedarme dormida hasta olvidar que tengo alma”.
Y es que la vida no sería más que un eterno recordar de tristezas, las que a través del dolor logran, no obstante, darle cierto dinamismo al pensamiento, aunque esta tienda a fijarse más en todo aquello que no ha existido. Si es la muerte la que viene a liberar al cuerpo de su yugo espiritual, ineludible será la feroz atracción por el abismo, como buscando santificar sublimemente el alma a través de él. Cuando faltan las fuerzas tanto para vivir como para morir, nada parece poder detener los pensamientos, los que ruedan como ágiles piedras por nuestras mentes, para terminar desembocando en el caos de la nada.
Eduardo Schele Stoller.