Durante los años 1951 y 1952, Heidegger dio lecciones en las que se propuso abordar la pregunta fundamental: «¿Qué significa pensar?» Esta cuestión resulta urgente porque, lamentablemente, aún no hemos aprendido a reflexionar. Desde nuestros inicios, hemos priorizado la acción por encima del pensamiento, lo que ha llevado a la marginalidad de la filosofía, disciplina en la que el pensar ocupa un lugar central.
El problema radica en que aquello que debe ser pensado nos da la espalda debido a la cultura y la tradición, por lo que se vuelve crucial, antes de aprender a pensar, olvidar todo lo que creíamos saber sobre ello. Sin embargo, este olvido también puede generar desconcierto debido a la mayor libertad y apertura del pensamiento. En este sentido, resulta vital estar predispuestos a escuchar, lo que nos permite saltar los cercos de las opiniones habituales. Debemos desacostumbrarnos de la costumbre.
A pesar de que lo pensado se oculta, el ser humano se encuentra en un constante reflujo hacia aquello que se sustrae, como un signo aún indescifrable que, en cuanto tal, solo ve la decadencia, la destrucción y la constante amenaza del aniquilamiento del mundo. En este sentido, hoy se sostiene que el mundo no solo está fuera de quicio, sino que además está rodando hacia la nada. Como dijo Nietzsche, el desierto de la devastación parece estar creciendo, lo que es más complejo que una simple destrucción, ya que mientras esta última elimina solo lo construido hasta el momento, la devastación obstruye cualquier futuro crecimiento y construcción. En este contexto, es desafortunado aquel que alberga desiertos.
El pensar es un tipo de representación que el último hombre ya no es capaz de extender más allá de sí mismo, quedando a medio camino de la realización de su esencia como ser plenamente pensante, la cual se completaría, según Nietzsche, con la llegada del superhombre. Al ser un mero transeúnte, el ocaso del último hombre da pie a la aparición del superhombre, sujeto capaz de poner las cosas delante de sí y de percibirse a sí mismo, y que no se limita a un «parpadeo» mental que solo pasa por encima de los fenómenos, validando y contentándose con las meras apariencias, sin profundizar en nada.
El último hombre se basa en este parpadeo para dar cuenta de la realidad, lo que es una representación de corto alcance, determinada además por lo que Nietzsche entendía como «venganza». En este contexto, la tarea del pensar tiene que ver con rasgar la niebla que envuelve al ente, cuidando que tras este desgarramiento no venga un nuevo encubrimiento que cierre el camino abierto hacia lo metafísico.
Heidegger destaca que para Nietzsche, la venganza es la aversión de la voluntad hacia el pensamiento y su pasado, que se percibe como algo definitivo. La voluntad se libera cuando quiere que todo fluya y regrese, es decir, cuando desea eternamente su propio querer y también regresa sobre sí misma. Lo más grave es que esta labor ha sido olvidada en la historia de occidente, y solo unos pocos entienden la importancia del recuerdo y se mantienen en el camino del pensamiento, tratando de formular las preguntas que lo definen.
Eduardo Schele Stoller.
Gracias
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Unos pocos, los elegidos, la resistencia….los hijos de Nietzsche: https://filonario.wordpress.com/2023/05/28/humano-demasiado-humano/