A juicio de Jacques Rancière, la política no es el ejercicio del poder, sino que su trabajo radica en la configuración de su propio espacio, sujetos y operaciones, en donde lo esencial viene dado en un marco de constante disenso, esto es, como la presencia de dos mundos en uno solo.
Rancière distingue entre la política y la labor policial, quienes, por ejemplo, intervienen en los espacios públicos para disolver manifestaciones y no para interpelar a los manifestantes, acción que sí corresponde a la política. La policía no es la ley que interpela a los individuos, sino que afirma, con respecto al espacio público, que este no es más que un espacio para circular, y en ningún caso para la aparición de un sujeto, ya sea del pueblo, los trabajadores o los ciudadanos.
Pero estas definiciones hacen que aparezca el disenso como enfrentamiento entre dos divisiones de lo sensible. Un sujeto político, afirma Rancière, no es un grupo de intereses o de ideas, sino el operador de un dispositivo particular de subjetivación del litigio mediante el cual la política cobra existencia. La filosofía política, al tratar la política como un modo específico de ser, trabaja fundamentalmente para eliminar el carácter litigioso que constituye la política, es decir, al intentar homogenizar lo político estaría dando fin a la política.
Es el consenso, entonces, el que anularía la política, pues acabaría con la discusión y el acuerdo producto de ejercicio de la razón, reduciendo, de paso, al pueblo a la suma de las partes del cuerpo social, y, con ello, la política se termina transformando en lo que hace autoritariamente la policía, la que rige, señala Rancière, mediante pautas y procedimientos que se basan en una determinada distribución de títulos, lugares y competencias.
Para que lo anterior no suceda, la lógica de la política tiene que frustrar la lógica de la policía, es decir, que el poder de los que no tienen títulos suplemente todos los títulos, manteniendo abierto los espacios de disenso, en vista de evitar la imposición del estilo de vida de un grupo específico. Sin embargo, advierte Rancière, pareciera que el nuevo reinado de la ética busca precisamente lo contrario, al intentar disolver todas las diferencias y disenso, suprimiendo así la esencia de lo político.
Eduardo Schele Stoller.