Al igual como ocurría con Don Quijote de la Mancha, la filosofía requiere de mayores tiempos de ocio para adentrarse, inicialmente, en el mundo de los libros, los que pueden, a la larga, hacernos perder el juicio, al velar por lo que hoy se consideran como meras fantasías. En el caso del ingenioso hidalgo, este buscaba aventuras como caballero andante, en una era moderna donde tales empresas carecían ya de sentido. En el caso de la filosofía, con gran parte de sus elucubraciones teóricas comienza a ocurrir lo mismo, principalmente con la debacle de la metafísica en manos del empirismo.
Es curioso como David Hume, por ejemplo, alentaba a quemar todos aquellos libros que no se circunscribieran estrictamente al mundo de la experiencia, como demandaban los nuevos tiempos, al igual como en la obra de Cervantes se ilustra una escena donde los cercanos al Quijote queman gran parte de las obras que lo llevaron a la locura, asemejándolo a los poetas, catalogados ya como enfermos incurables. Son los criterios cientificistas que comienzan paulatinamente a dominar el mundo de las letras, no dando pie para el libre uso de la imaginación, es decir, para la inutilidad y el gasto improductivo.
¿Cuál es el problema de querer perseguir molinos de vientos como si estos fuesen gigantes o de fantasear con una idílica Dulcinea? ¿Se puede ser caballero andante sin dama o, en otros términos, filósofo sin metafísica?
A partir de la contemporaneidad muchos anunciaron la muerte de la filosofía, pues, al no haber verdad que perseguir, toda su empresa comenzaba a carecer de sentido. Esta voz de la conciencia en la obra de Cervantes vendría a ser Sancho, quien acompaña en su decadencia al Quijote, aunque mediante constantes burlas y críticas a sus obstinadas búsquedas. De hecho, Sancho aterriza sus expectativas con respecto a su enamorada, cuando, al conocerla, constata nada más ni nada menos que su humanidad, con toda la simpleza y cotidianeidad que esto implica.
Pero el ingenioso hidalgo no carecía de toda conciencia, pues llega a afirmar lo siguiente: «En alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos», lo que implicaría que el problema no es andar o buscar, sino que hacerlo en estos nuevos tiempos. Así como Cervantes nos muestra cómo la era moderna cada vez se vuelve menos propicia para la fantasía, así también muchos filósofos fueron socavando su propia disciplina, limitando la libre elucubración de la razón por el sometimiento a estrictos y estrechos métodos de pensamiento.
Como reconociera el mismo don Quijote: «me habían hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio y puéstome en una jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de lectura, leyendo otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan». Con la filosofía, para bien o para mal, ha pasado lo mismo: las damas y caballeros que la defienden se adaptan a los nuevos tiempos o terminan contentándose con su “triste figura”.
Eduardo Schele Stoller.
Como docente de física, pregunto; la filosofía tiene sus raíces, fundamentos, en la metafísica.
A mi juicio, ninguna disciplina puede escapar de la metafísica. Esto es, precisamente, lo que constata magistralmente Wittgenstein en el Tractatus, donde, para erradicar la metafísica, tuvo que hacerlo mediante la metafísica. De allí que termine recomendando mejor el silencio.