Asesinatos, suicidios y decadencia social

Asesinatos, suicidios y decadencia social

¿Puede el crimen y el suicidio ser un vestigio de una sociedad en decadencia? Esto es lo que se propone demostrar Franco Berardi en Heroes: asesinanto masivo y suicidio, destacando cómo el capitalismo financiero ha dado paso a una fenomenología del pánico, la agresión y la violencia.  

Según Berardi, hemos perdido el valor referencial de los signos, emancipándose estos últimos de su función referencial, algo evidenciable no solo en la literatura y el arte, sino que también en la política y la economía. Este vacío reinante explicaría el escenario espectacular que rodea a los fenómenos violentos y agresivos que nos muestran los medios de comunicación, los que han venido a suplir la carencia de referentes significativos, y, por lo tanto, se han vuelto cada vez más frecuentes. 

En este sentido, el crimen cuenta como un amplificador de la fama y una manera de consolidarla, logrando satisfacer el narcisismo a través de actos espeluznante, pero que, como nunca antes, permiten consolidar, aunque sea momentáneamente, la identidad. Nada extraño para una generación de seres humanos cuyas impresiones primarias provienen originalmente de máquinas, aparatos y pantallas. ¿Qué mayor logro, entonces, que formar parte del espectáculo que aparece en ellas? 

De hecho, Birardi afirma que los asesinatos masivos, tan frecuentes en Estados Unidos, vendrían por parte de individuos que se saben perdedores o marginados del juego social, y que, en consecuencia, deciden matar, ganando fama y reconocimiento por un momento, aunque ello implique la propia muerte. Algo similar ocurriría con la masificación del suicidio, entendido como una forma de comportamiento asociada a aquellos periodos de catástrofe antropológica que para las poblaciones afectadas marcan el final de una época. Tras la colonización española, ejemplifica Berardi, miles de amerindios eligieron el suicidio –individual y colectivamente– porque se consideraban incapaces de aceptar el nuevo entorno. Bajo esta noción, el suicidio viene a ser una reacción de los seres humanos que sufren la destrucción de sus referencias culturales y ven humillada su dignidad. 

Como destaca Berardi, cuando se destruye un entorno cultural –y junto a él la posibilidad de dotar de significado a la vida–, para aquellos que han vivido en ese entorno se trata del «fin del mundo». Esto ha ocurrido en nuestras sociedades, donde como efecto del aumento de la productividad, hemos pagado con la pérdida de la racionalidad y el empobrecimiento emocional, transformándose esta condición en una contagiosa epidemia de infelicidad, la que se extiende, advierte Birardi, peligrosamente por todo el planeta.  

El increíble aumento en la tasa de suicidios no es más que una muestra de todo esto, fenómeno que, consecuente con el paradigma económico que nos rige, pasa solo a evaluarse cuantitativamente, no pareciendo haber ya teología que nos ampare. 

Eduardo Schele Stoller. 

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