No tengo ningún respeto por la pasión de la igualdad, que se me antoja mera idealización de la envidia.
Oliver Wendel Holmes, JR.
En su obra Los fundamentos de la libertad, el economista y filósofo austriaco Friedrich Hayek sostiene que cuando la coacción que ejercen unos sobre otros queda reducida al mínimo, podemos hablar de un cierto grado de libertad individual, condición que debe propiciar la política haciendo prevalecer la independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero.
Más allá de la posibilidad de elegir, la libertad Hayek la asocia al poder ordenar las vías de acción de acuerdo con nuestras intenciones presentes de manera voluntaria. La libertad, por tanto, presupone que el individuo tenga cierta esfera de actividad privada asegurada, es decir, que exista cierto conjunto de circunstancias en las que los otros no pueden interferir. Este espacio es de suma importancia, ya que, de no mantenerse, corre peligro el individuo como ser pensante, siendo condenado a ser un mero instrumento en la consecución de los fines de otro.
La coacción, sin embargo, no puede evitarse del todo. Es el Estado el que posee el monopolio de la coacción, en vista de impedir que esta se ejerza por personas particulares, lo cual amenazaría la esfera privada que debe proteger. No ocurre lo mismo con respecto a la disminución de las desigualdades sociales, pues, a juicio de Hayek, la existencia de grupos que se mantienen a la cabeza de los restantes es una ventaja para los que van detrás, quienes pueden sacar provecho del conocimiento obtenido por estos bajo sus condiciones más favorables. En este sentido, los países más pobres y subdesarrollados pueden servirse de los más desarrollados, lo que no sería posible si hipotéticamente se estableciera que ninguna nación pueda destacar por sobre el resto. Aquí juega un rol importante la acumulación de la riqueza, pues tales pueblos no solo son más ricos porque estén más adelantados en conocimientos tecnológicos, sino que, afirma Hayek, poseen conocimientos tecnológicos porque son más ricos.
El problema es que en la actualidad el conocimiento de las posibilidades se esparce más rápido que los beneficios materiales, por lo que gran parte de los pueblos se hallan insatisfechos. A esto hay que sumarle además la carga de elección que la libertad impone, esto es, la creciente responsabilidad por el destino propio, siendo esta otra fuente importante de disgusto mediante ansiedades y arrepentimientos. La necesidad de encontrar una esfera de utilidad, sostiene Hayek, es la más dura disciplina que la sociedad libre nos impone.
Ahora bien, a juicio del autor, en una sociedad libre no existe responsabilidad colectiva por los componentes de un grupo. La única igualdad que debe prevalecer es aquella que gira en torno a los preceptos legales generales y de las normas de conducta social, únicos aspectos que conducen a la libertad personal. La desigualdad sería un componente necesario que forma parte de la justificación de la libertad individual, ya que, si la diferencias no fueran de gran trascendencia, la libertad no sería algo muy importante. En este sentido, no es cierto que todos hemos nacido iguales. La democracia para Hayek no velará entonces por la igualdad, sino solo por salvaguardar la libertad individual.
Si la política es el arte lo posible, la filosofía política viene a ser para Hayek el arte de hacer políticamente posible lo que parece imposible, razón por la que el filósofo político no cumpliría su tarea si se limitara solo a cuestiones de hecho, temiendo pronunciarse ante valores en conflicto que lo puedan llevar a contrariar la voluntad de la mayoría. Y esto es algo que la democracia también debe salvaguardar: la opción de que los intelectuales puedan inclinarse contra las creencias de la mayoría.
Eduardo Schele Stoller.