La paradójica fascinación por lo siniestro

La paradójica fascinación por lo siniestro

Sin lugar a dudas, una de las categorías estéticas que resulta más estremecedora y a la vez fascinante en el arte y específicamente en la literatura es la que se refiere a lo siniestro. Lo anterior radica, probablemente, en la naturaleza enigmática que envuelve a esta clasificación que, en algún momento, fuera definida por Sigmund Freud como lo extraño, lo inquietante o simplemente todo aquello que se relaciona con el espanto que pueden llegar a producir en el ser humano, cosas o aspectos de la realidad conocida o familiar que, de un momento a otro, se tornan amenazantes.

De este modo, lo siniestro, como categoría estética, no estará necesariamente condicionado por el conocimiento de paradigmas o cánones preexistentes así como lo estaría la belleza, sino más bien será producto de sensaciones experimentadas por el lector al momento de internarse y transitar desaprensivamente en la representación del mundo que toda obra literaria pretende construir y develar.

Así pues, a lo largo de la historia de la literatura no han sido pocos los autores que han optado por conducirnos a través de los intrincados y paradojalmente atrayentes senderos de lo siniestro usando para ello los más variados recursos que van desde  la irrupción de lo fantástico en lo real hasta recursos como la reiteración de hechos o acontecimientos, el uso de la figura del doble invertido (efecto espejo) o simplemente la transformación de objetos inanimados de uso cotidiano en seres amenazantes.

Todo lo anterior tiene sentido si consideramos que la sensaciones que como lectores experimentamos en relación a lo siniestro, se encuentran ,la mayoría de las veces, focalizadas en algún elemento que forma parte del mundo representado (tiempo, espacio, objetos) sin embargo, ¿qué ocurre con nuestra experiencia de lectura cuando la esencia de lo siniestro se encarna en un personaje literario?

Carlos Fuentes, uno de los más célebres autores del boom de la literatura latinoamericana de la década de 1960, se interna de modo recurrente a través de su vasta obra en este oscuro recodo de la estética, explorando escabrosos aspectos de la existencia humana que colindan con esa suerte de naturaleza violenta que parece ser inherente a ella logrando materializar lo siniestro en personajes inquietantemente similares a los seres humanos.

Es así como en su relato Pantera en jazz, inscrito en la antología titulada Cuentos sobrenaturales (2007), el autor nos hace ingresar, al inicio de esta historia, a un mundo en extremo familiar y atiborrado de información conocida, presentándonos a un protagonista sumido en el éxito económico, la sofisticación y el lujo del mundo de la urbe con la natural la valoración externa que dichos elementos suponen en el contexto de la sociedad contemporánea.

No obstante lo anterior, y a partir de pequeños momentos y experiencias vividas por este personaje las que, en apariencia, pudieran resultar intrascendentes, el autor desvía de un momento a otro nuestra atención, sin que seamos del todo conscientes de ello, hacia espacios oscuros e inexplorados de la mente del protagonista quien, dejando atrás su condición de hombre en extremo civilizado, es arrastrado por impulsos y sensaciones que no es capaz de explicar desde su racionalidad, terminando por sucumbir a una naturaleza despiadada y hasta ese momento por él desconocida, que concluye por transformarlo, al final del relato, literalmente en una bestia.

Es aquí donde lo siniestro como tal se nos revela de manera imprevista y por lo mismo atemorizante pues, lo que en un principio nos pareció un relato sustentado en lo cotidiano, de un momento a otro se fractura y nos hace girar forzosamente hacia un mundo que se deconstruye o más bien se desfigura irrevocablemente a partir de la crueldad de las pulsiones de un personaje que dejó de ser lo que su contexto había hecho de él para remitirse a su esencia más rudimentaria y elemental, sugiriéndonos que dicha experiencia no necesariamente se restringe al mundo de la ficción literaria alojado en la mente del autor, sino que también pudiera extrapolarse, sin previo aviso, a nuestra realidad. La reflexión que cabe hacer entonces acerca de los alcances de “la experiencia de lo siniestro” en nuestras vidas, bien podría vincularse con ese terror que, de vez en cuando nos invade, de que nuestra apacible cotidianeidad de un momento a otro se convierta en un cúmulo de vivencias que no hemos contemplado experimentar, lo que supondría una pérdida del control respecto del mundo que conocemos, los seres que en él habitan y también respecto de nosotros mismos. Quizás esa sea la verdadera razón por la cual lo siniestro nos atrae tanto, porque tal vez representa una alternativa de escape al agobio y la enajenación o también una simple proyección de lo que internamente somos o quisiéramos ser.

Andrea Hidalgo.

Un comentario sobre “La paradójica fascinación por lo siniestro

  1. Quizás lo siniestro nos acerca un poco a lo que se ha denominado desde la tradición filosófica como lo «sublime», en la media que produce rechazo y atracción a la vez. Tal como ese atardecer que inspira la crisis de pánico plasmada en «El grito» de Edvard Munch. Son las experiencias como estas las que rompen drásticamente con el tedioso hábito y sentido común, al menos por un instante.

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