El reverso de Macondo

El reverso de Macondo

No es lo mismo hablar o escribir sobre Macondo

                                              que vivir en Macondo…

(E. Volek)

Sin lugar a dudas, la década de 1960 puede considerarse como uno de los períodos más fecundos en la historia reciente de la literatura producida en América. Esto, porque en dicho momento, confluyeron sin haberlo imaginado ni mucho menos concertado, autores que, a poco andar, adquirirían relevancia y notoriedad inusitadas en su contexto epocal y también en las décadas sucesivas.

Este célebre conglomerado de escritores, dio origen a la ya mítica generación del boom, esa conformada por artistas cuyos nombres resuenan con fuerza en nuestra memoria aun cuando ya ha transcurrido más de medio siglo desde su aparición. Esa generación cuya obra se transformó (casi involuntariamente) en una de las exportaciones “no tradicionales” de mayor impacto en otras latitudes.

El sello de esta propuesta literaria estuvo centrado en dos grandes líneas temáticas y estilísticas: la primera, vinculada a obras focalizadas en el abordaje de problemáticas relativas a dilemas y conflictos del ser humano y el accidental descubrimiento de su propio ser mediante procesos reflexivos intensos. La segunda, asociada a un tinte marcadamente localista en la que se relevaron aspectos y temáticas tendientes a definir y delinear la identidad latinoamericana valiéndose, para ello, de la idea de acentuar en sus obras aspectos propios de la fusión entre elementos de la realidad histórica y también del imaginario mítico del continente.

En esta última vertiente de las obras producidas por los autores de este grupo generacional, destaca la novela Cien años de soledad (1967) del autor colombiano Gabriel García Márquez, que se erige como una suerte de declaración de principios respecto del giro temático y estilístico que, para muchos, definiría la identidad de la literatura producida en América durante varias décadas.

El fenómeno asociado al impacto que generó esta novela, no se restringió tan solo al ámbito de la literatura, sino que consiguió traspasar los límites de lo artístico contribuyendo en la construcción de un imaginario colectivo peligrosamente estereotipado respecto de este continente.

De este modo, las aventuras y desventuras de la familia Buendía y la incuantificable cantidad de sucesos ocurridos en el particular pueblo de Macondo, se convirtieron para los lectores del resto del mundo, en una suerte de alegoría de la historia de cualquiera de los países de América. Una historia plagada de hombres que conquistaban territorios con fines aparentemente altruistas y de mujeres relegadas a ocupar el lugar de “seres sensibles”, conectadas con la fuerza misteriosa de la naturaleza quienes, dotadas de un sinfín de atributos mágicos, permitían establecer el equilibrio perfecto entre civilización y barbarie dentro de este particular universo.

A partir de esta escenificación de América, para inicios de la década de los 70, el continente era percibido por el resto del mundo, como una suerte de espacio mítico con leyes propias y singulares condiciones que lo situaban en una especie de esfera paralela, distante de afanes civilizatorios y desconectada de la realidad circundante.

Así las cosas, no fue tarea fácil para la literatura de las décadas siguientes, sacudirse el estigma del realismo mágico ni mucho menos declararse disidente de tan “entrañable fórmula literaria”. Sin embargo, transcurrido el tiempo y también la historia, muchos de los autores que crecieron al alero de esta mitificada concepción de América, sintieron la necesidad de reformular el imaginario tan prolijamente construido por los artistas del boom, e instalar nuevos paradigmas en el que quedaran al descubierto otros aspectos de la idiosincrasia del continente.

De este modo, la literatura en América transitó desde una visión en extremo romantizada de la precariedad, hacia la construcción de otras visiones acerca de nuestra sociedad, alegorías nuevas en las que las historias narradas se aventuraron a presentar temas que, durante décadas, fueron bien guardados debajo de la alfombra.

Trabajos del reino (2003) del autor mexicano Yuri Herrera es una de estas obras. Novela breve clasificada dentro del género de literatura de frontera, en la que el autor construye un relato que bien podría considerarse como el reverso de Macondo. Una alegoría en la que personajes en extremo estereotipados, dejan al descubierto el modo en que se vive en América en las clases populares, la marginalidad de las etnias y los intentos de acceder a una vida mejor, aunque ello, paradojalmente, implique transgredir los límites de la propia dignidad.

En Trabajos del reino (al igual que en Cien años de soledad) también existen revoluciones, patriarcas y caudillos, sin embargo, el foco de su lucha no está articulada en pos de afanes pacificadores sino más bien, tributa a intereses individuales asociados con la sobrevivencia, la obtención de riquezas y la conquista del poder.  De este modo, el reino en que se desarrolla la acción se organiza en función de analogizar con un mundo que representa a una América profundamente desgarrada por la pobreza, la falta de oportunidades y en la que predomina la violencia y el abuso.

Así, en Trabajos del reino los hombres no luchan por asentar en su entorno el conocimiento y el progreso sino más bien velan por monopolizarlos para, de esa manera, perpetuar y asegurar su poder personal. Las mujeres tampoco ascienden a los cielos en vida como Remedios la bella, sino que mueren a manos de hombres que alguna vez dijeron quererlas. Como latinoamericanos la historia, a momentos, nos resulta sobrecogedora y tristemente familiar.

Sin duda la de Yuri Herrera es otra América, alejada de la magia y los rituales atávicos que hicieron tan célebres a los autores del boom y que consiguieron endulzar suavizar artificiosamente nuestra miseria y precariedad. La de Yuri Herrera es una América distinta y brutal que ciertamente, dará pie a la construcción de otros estereotipos y también de nuevos prejuicios pero que, indefectiblemente, posee el mérito de conectarnos con la realidad del lugar del mundo del que provenimos de modo fidedigno, sin más recurso ni pretensión que dejar al descubierto aquellos aspectos de nosotros mismos sobre los cuales, como sociedad, aún nos queda mucho por reflexionar.

Andrea Hidalgo.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s