Hay quienes sostienen que la literatura no es otra cosa que la historia de la humanidad contada por los vencidos. Esa que carece de victorias épicas y héroes deslumbrantes, una compleja trama que suele estar plagada en cambio, de estrategias fallidas y de luchas libradas con más penas que glorias.
En ese espacio paralelo, con paradigmas propios y enrevesada estructura que suele ser el mundo literario, las letras femeninas se han abierto camino de modo silente y en exceso trabajoso, situándose (casi siempre sin opción de ocupar más espacio que ese) en los bordes del papel en el que otros han decidido tomar la posibilidad de correr el riesgo y plasmar su arte.
Tributando a lo anterior, María Luisa Bombal, escritora chilena de la primera mitad del siglo XX, fue una de esas pocas mujeres que se animaron a cruzar los límites trazados desde este universo mayoritariamente masculino, transgrediendo los márgenes a los que, por la pesada carga de la tradición, la creación literaria femenina había sido desde siempre relegada.
Así, en el umbral de la década de 1930 y con sólo 23 años, Bombal publica La última niebla, novela breve que incluye los relatos El árbol y Las islas nuevas en los que desplegaría con sutileza y desenfado personajes, temas y motivos que se convertirían tiempo después, en referente e inspiración (por la mayoría desconocida) para algunos de los “padres” del hasta hoy célebre realismo mágico latinoamericano. Imágenes abrumadoras y potentes, sin más pretensión que dar cuenta del mundo interior de la autora, ese espacio profundo e intenso que una joven María Luisa, se atrevía a develar a través de la belleza de su prosa poética, tal vez como una forma de dejar registro, mediante ello, sus propias batallas perdidas.
De este modo, internarse en la obra de Bombal se convierte para el lector en un tránsito permanente entre lo cotidiano y lo irreal. Un espacio indeterminado donde se diluyen las fronteras entre la realidad consciente y la inconsciente, un lugar en el que cohabitan los miedos más profundos junto al deseo ferviente de los personajes de despojarse de ellos para siempre.
En la obra de esta autora, la naturaleza es el puente, el elemento que permite establecer los vínculos al interior de este mundo roto, fragmentado por los prejuicios y los convencionalismos de una sociedad empecinada en la labor de dar a cada cual “su lugar” de acuerdo a sus circunstancias vitales, su clase, su género, negando de este modo la posibilidad a sus personajes de buscar el real sentido de su existencia.
En el centro de los relatos: la mujer. Personajes femeninos magistralmente construidos desde una mirada distinta. Mujeres concebidas como sujetos de la acción y no como meras piezas de un engranaje. Vinculadas con la fuerza telúrica de la naturaleza no desde la perspectiva ancestral (y ya a estas alturas caricaturesca) de aquella mujer que conoce a la perfección los secretos de la tierra, sino más bien, como una que se permite y se aventura a descubrir lo que existe al interior de sí misma a partir de las sensaciones que lo natural le evoca.
Las mujeres de Bombal sienten la vida, experimentan el mundo realizando un ritual de deconstrucción permanente en el que vuelven la mirada hacia sí mismas una y otra vez y, en este ejercicio, casi siempre se encuentran. Desde este prisma, la noción del otro será tan sólo un pretexto para que estos personajes direccionen y entiendan la vida en función de su propio lugar en el mundo, aquél que fue deliberadamente construido por ellas mismas, apropiándose de sus deseos y haciéndose conscientes de sus decisiones.
Valorar hoy la obra de Bombal va más allá del discurso fácil y panfletario al que penosamente nos hemos acostumbrado cuando de reivindicaciones de derechos se trata. Esa suerte de mantra plagado de consignas vacías y frases hechas que no pasan de ser eso. Es fácil repetir y vociferar la letanía cuando existe el espacio y la libertad para hacerlo. El mérito genuino está en quienes levantaron su voz cuando aquello les era negado.
Resulta inevitable desde nuestro presente, reflexionar acerca de cuán complejo debió de haber sido para Bombal, en el marco de su época, despojarse de lo aprendido, sacudirse los prejuicios propios e impuestos y arrojarse al mundo provista tan sólo de sus deseos de resignificar su lugar en él. Por lo mismo, hoy se hace imprescindible otorgar a esta autora el lugar que tanto buscó y otras tantas le fue negado, para posibilitar, con nuestras lecturas, que María Luisa vuelva (una y otra vez) a conquistar su espacio, premunida únicamente de su pluma y su intelecto, para descolgarse de los márgenes, escribir en los bordes y, a pesar de ello, seguir abriéndose paso a través de la niebla.
Andrea Hidalgo.