En esta obra, Hermann Hesse nos muestra diversos caminos que los individuos suelen tomar en búsqueda de la tan anhelada felicidad. Inicialmente, Siddhartha pretende despojarse de su sed, de sus deseos, de sus sueños, de sus penas y alegrías, pretendiendo así morir para sí mismo, hallando paz en un corazón y pensamiento vacío. Creía que cuando venciera y aniquilara a su Yo, cuando todos los impulsos y pasiones enmudecieran en su corazón, tendría que despertar lo Último, lo más íntimo del Ser, lo que ya no es el Yo, sino el gran Misterio.
No osbtante, Siddhartha reniega de estas vías trazadas por otros, pues, como le confiesa a su amigo Govinda, terminó por cansarse y desconfiar de las doctrinas y palabras de los maestros. En su opinión, nadie accede a la liberación a través de una doctrina, de allí que a lo largo de su peregrinación busque apartarse de todas ellas. Siddhartha quiere aprender de sí mismo, siendo así su propio discípulo.
Contrastando con el resto de seres humanos, pudo ver como estos se entregaban a la vida con un apego infantil o animal que él comenzó a amar y despreciaba al mismo tiempo. Siddhartha se sintió tentado también a entregarse a tales pueriles y mundanas actividades, en vez de permanecer al margen como un simple espectador, adoptando con el tiempo ciertos rasgos típicos de los que él denominaba como “hombres niños”, quienes lograban dar importancia sus vidas, deseos, proyectos y esperanzas.
Contagiado también del carácter enfermizo y malhumorado de los ricos, se encontraba ahora repleto de hastío, miseria y muerte, logrando así, paradójicamente, la gran liberación que anhelaba, perdiéndose a sí mismo en el deseo y el consumo. Solo así parecía abatirse el tiempo, el que para Siddhartha parece ser la verdadera sustancia de todo sufrimiento.
Cuando alguien busca, sus ojos solo ven aquello que anda buscando, porque tiene un objetivo y se halla poseído por él. Buscar significa tener un objetivo. Pero encontrar significa ser libre, estar abierto, carecer de objetivos, algo que se parece vivir más cotidianamente mediante el sentido común e inconsciencia de los “hombres niños”.
Esta es, por tanto, una antidoctrina; nadie puede comunicarla ni enseñarla, tan solo se puede vivir perdiéndose en la actitud absurda e ignorante del sentido común. Si, como predicaba Siddhartha, la mayoría de los hombres son como las hojas que caen y revolotean indecisas en el aire antes de ir a parar al suelo, la felicidad radicará tan solo en dejarse caer, sin siquiera pensar en ello.
Eduardo Schele Stoller.
EXCELENTE libro y EXCELENTE ensayo