Lo feo, lo obsceno y lo cómico como formas de conciencia

Lo feo, lo obsceno y lo cómico como formas de conciencia

A menudo, nos dice Umberto Eco, la atribución de belleza o fealdad se ha hecho atendiendo no a criterios estéticos, sino más bien a criterios políticos y sociales. Marx, por ejemplo, consideraba que la posesión de dinero puede suplir la fealdad, pudiendo evadir su fuerza ahuyentadora mediante el poder de compra y consumo. No hay carencias físicas para que el que le sobra el dinero. En este sentido, el poder y carisma pueden opacar la fealdad original. Sin embargo, decir que tanto la belleza como la fealdad son conceptos relacionados con las épocas y culturas, no significa que no haya habido intentos de definirlos bajo patrones más objetivos.  

Eco cita, por ejemplo, a Nietzsche, quien entendía lo feo como señal y síntoma de degeneración, como indicio de agotamiento, de pesadez, de senilidad, de fatiga, de falta de libertad. Como una forma de convulsión o parálisis, lo feo nos lleva a una necesaria disolución o descomposición. Lo que odiamos en la fealdad es así la posibilidad de nuestra propia decadencia. Este argumento, nos dice Eco, es narcisísticamente antropomorfo, al señalarnos que belleza y fealdad están definidas en relación con un modelo ideal meramente humano. Por su parte, Karl Rosenkranz coincide con Nietzsche al establecer una analogía entre lo feo y el mal moral. La ausencia de forma, la asimetría, la falta de armonía, la desfiguración y la deformación, más las distintas formas de lo repugnante entran en el plano de lo feo.  

No obstante, Platón vería en la fealdad algo bello, ya que, si bien lo feo carece de armonía y bondad, de igual forma todas las cosas físicas participan, en alguna media, de las ideas que representan, al menos como copias de estas. Esto cambia después bajo el cristianismo, donde solo lo bello es concebido como obra de Dios, dejando la degradación de lo feo solo como un recordatorio que, mediante la predicación oral y las imágenes retratadas en los lugares sagrados, servían para recordar la inminencia e inevitabilidad de la muerte y generar terror ante la posibilidad de las penas infernales.  

¿Por qué, se pregunta Eco, pasamos a encontrar incómodo lo feo y desagradable? Esto toma relevancia, pues en las culturas donde predomina la vergüenza y el pudor, se manifiesta también el gusto por lo opuesto; la obscenidad. Esto es algo muy patente en el humor, donde los excrementos, por ejemplo, tienden a ser sinónimo de risa. Son la armonía perdida y fracasada lo que da lugar a lo cómico como conciencia de los comportamientos normales. Comicidad y obscenidad, afirma Eco, van de la mano cuando nos reímos a espaldas de alguien a quien despreciamos o como acto liberador contra algo o alguien que nos oprime, es decir, lo cómico- obsceno cuenta aquí como una rebelión y desahogo compensatorio. Quizás por esto el cristianismo ha tendido a vetar la risa como práctica habitual, algo que los romanos, por ejemplo, permitían incluso a sus esclavos.  

Estos tipos de censura a la degeneración y a lo obsceno, en suma, a lo feo, nos muestra probablemente como un sistema o sociedad tiende a protegerse a sí misma, pues al develar las deficiencias de un sujeto o ente poderoso, no hago más que humanizarlo, esto es, bajarlo del pedestal idealizado desde el cual pretende que se le adore. De ahí que la risa y la ironía nos sirvan como medios de catarsis ante las represiones que nos aquejan constantemente en nuestra vida cotidiana.  

Eduardo Schele Stoller.    

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