En los medios abundan las estadísticas y definiciones técnicas sobre la crisis pandémica del coronavirus, pero escasean las interpretaciones humanistas sobre los radicales cambios que la pandemia puede traer para nuestras vidas. Un libro que se hace eco de esta carencia es Sopa de Wuhan (2020), donde se recopila una serie de textos de diferentes pensadores contemporáneos que analizan tanto las actuales como futuras consecuencias de esta crisis. Desde el optimismo de Zizek al pesimismo de Byung-Chul Han, aludiremos aquí a algunas de las principales ideas que aparecen en la obra.
En general, los autores coinciden en que la pandemia traerá importantes cambios sociales una vez superada la crisis sanitaria. Zizek, como anticipábamos, es de la idea que lo anterior podría significar el fin del sistema capitalista, dando paso a un comunismo en base una mayor confianza en las personas y la ciencia, ya no dejando la organización de la economía a merced del mercado. Franco Berardi sigue una línea similar, pues afirma que el virus ha bloqueado el funcionamiento de esta máquina social, obligando a ralentizar los movimientos de nuestros cuerpos, terminando por renunciar a la acción.
En este sentido, Berardi es más pesimista que Zizek, al plantear que lo que marca esta crisis es el silencio, ya que el virus también propaga una parálisis relacional y una transición hacia la inmovilidad. Si bien esto nos limita, a larga, también se traduciría en un golpe de gracia contra el capitalismo, pues este se alimenta de la sobreestimulación, de la aceleración constante, de la competencia y la sobreexplotación entre las personas, las que, recluidas en sus hogares, han dejado de hacer todo esto. La confusión y depresión en la que nos deja este estado, imposibilita, según Berardi, un cambio por vía de una revolución social. De hecho, el aislamiento podría devenir en conductas que eviten constantemente la cercanía del otro, el cual pasaría a ser visto incluso con terror.
En su análisis, Byung-chul Han comienza destacando las razones del mayor éxito que han tenido en superar la crisis los países asiáticos, donde la clave estaría en que sus vidas cotidianas están mucho más marcadas por la observación y el control constante, difuminando así la esfera privada. A raíz de la epidemia, propone definir la soberanía en base a quien dispone de los datos necesarios para ejercer dominio sobre los ciudadanos, lo que, contrario a la opinión de Zizek, podría derivar en nuevos sistemas de gobierno incluso más autoritarios, y aun más cuando el virus nos aísla e individualiza, impidiendo así la generación de cualquier sentimiento colectivo fuerte, relegando a cada uno a preocuparse solo por su propia supervivencia.
Pero en tal confinamiento, como sostiene Paul B. Preciado, se manifiesta el mismo poder del sistema al gestionar a su voluntad la vida y muerte de las personas (biopolítica). Esto es precisamente lo que Foucault entendía como sociedad disciplinaria, la cual ha limitado las fronteras a nuestros hogares, los que, por lo demás, han dejado de ser espacios de ruptura de la rutina externa, pues esta ya no existe, confinándose ahora con nosotros en el espacio que antes era privado, abriéndolo obligadamente a través del teletrabajo, como una forma de descolectivización y control.
Quizás quien más enciende las alarmas de toda esta crisis es Agamben, quien resalta cómo a través del pánico se termina no solo aboliendo al prójimo, sino que también la propia voluntad. No se explica de otra forma la facilidad con que hemos aceptado el aislamiento y la suspensión de nuestras actividades diarias. Agamben especula que probablemente esto se debe a la carencia de una fe o creencia común, quedándonos ahora solo la protección de la desnuda existencia. A esta protección es a la que han apuntado todas las políticas públicas, pero ¿Qué ocurrirá ante la carencia de mascarillas cognitivas?
Eduardo Schele Stoller.