Como muchos otros escritores y poetas, Pessoa se queja de las limitaciones de nuestro conocimiento y lenguaje, lo que nos imposibilita llegar a la realidad, haciéndonos, como enfermos crónicos, dar constantes traspiés en el día a día. Como una llama expuesta al viento, temblamos y nos desorientamos, conformándonos a tener el alma en un encierro, como en un convento.
Es solo soñando, nos dice Pessoa, que podemos vivir nuestra vida, pues nuestra vida real no es verdaderamente nuestra, sino de otros. No vivimos, sino que somos vividos ¿Qué hacer ante esta necesaria enajenación? No queda más que esforzarse para que los pensamientos solo nos proporcionen sensaciones, esto es, tratar de vivir con una orientación estética a la base, pero cuidándose de la dependencia de estímulos (ascetismo), pues el verdadero opio está en el alma. La mayoría, en cambio, vive con espontaneidad una vida ficticia y ajena. Se pasan la vida, señala Pessoa, en busca de algo que no quieren, viviendo de los sueños, que son las ilusiones de quien no puede tener ya ilusiones, todo en vista de ignorarnos a nosotros mismos.
Pessoa destaca que estos son los pesares de una generación que ha quedado desprovista de apoyos, es decir, de teorías metafísicas que puedan darnos la ilusión de explicar lo inexplicable, pues nunca saldremos de nuestras sensaciones, nunca desembarcaremos de nosotros mismos, ni siquiera para llegar a nosotros mismos. Los verdaderos paisajes, afirma Pessoa, son los que nosotros mismos creamos, y mientras más creamos, más amenazados nos vemos por la monotonía y el cansancio del pensamiento abstracto al sentir el peso de la conciencia del mundo, la cual solo nos dilucida la incertidumbre de lo que somos o lo que creemos ser.
Pero de esto, señala Pessoa, se trata vivir; pensar más que sentir. El sentimiento es solo el alimento para el pensamiento, a pesar de que la mayoría piense en realidad con la sensibilidad, cuando de lo que se trata es poder sentir con el pensamiento. De esta conciencia carece el hombre corriente, quien se emprende en desear, por ejemplo, no a otras personas, sino las ideas que él mismo se hace de esas personas. Al menos le queda, destaca Pessoa, la felicidad de no pensar, viviendo la vida en su discurrir, exteriormente, como un animal.
Según Pessoa, la clave sería convertir la metafísica personal en un constante tránsito, no perteneciendo a nada, no deseando nada, esto es, ser un mero centro abstracto de sensaciones impersonales, un espejo caído y sensible, vuelto hacia la diversidad del mundo. Solo así se llega al don del desconocimiento personal, lo que nos entregaría cierta sensación de completitud. Solo ignorándonos, afirma Pessoa, nos entendemos, vistiendo nuestra alma, sin saber si somos felices o infelices, todo en vista de evadir el tedio, pues el tedio se concreta como una insatisfacción del alma al no haber podido fijar en ella una creencia. Quien tiene dioses, sostiene Pessoa, carece de tedio. El tedio es la falta de una mitología, la cual nos permita ilusionarnos con el sólido ascenso a una verdad.
¿Qué nos queda ante este escenario? Pessoa recomienda aislar el momento, logrando ser feliz en el ahora, es decir, en el momento en que se siente la felicidad, pensando solo en lo que se siente, excluyendo todo lo demás, enjaulando así los pensamientos en sensaciones. En este sentido, sabio es quien hace monótona la existencia, para que así, cada pequeño incidente obtenga el privilegio de la maravilla. El viajero que ha recorrido toda la tierra, destaca Pessoa, no encontrará novedad alguna, por eso, de lo que se trata, es de convertir en anodino lo cotidiano, para que la más pequeña cosa sea una distracción. En la medida que no soy nada, puedo imaginarlo todo. En esto radica nuestra libertad, no subordinándose a nada, ni siquiera a una visión objetiva de sí mismo.
Eduardo Schele Stoller.