A lo largo de la obra del poeta chileno Pablo de Rokha podemos hallar un sinnúmero de referencias a la figura de Dioniso, como si este fuera el personaje que debiera animar el alma del poeta. Por ejemplo, De Rokha alude constantemente a la danza y el canto, ambas actividades más propias de la voluntad y el querer, aunque sin querer, es decir, sin mayor planificación o intención, pues solo así se reflejaría el sentimiento dinámico de lo universal.
El poeta debiera guiarse así no por lo utilitario, sino según la intuición y el espíritu, algo que hoy parece imposible, pues parecemos vivir a la velocidad de la máquina, existiendo funcionalmente como tales. De lo que se trata, nos dice De Rokha, es de convertirnos en errantes y efímeros panoramas, haciendo por hacer, estando por encima de los conceptos, de Dios, la historia, la ciencia y la filosofía. A esto se refiere como una verdadera “acción dionysiaca”, esto es, la ambigua y trágica sensación de ir navegando, creando el mundo a cada momento.
Es el demonio, señala De Rokha, lo que constituye lo dionisiaco, lo dinámico, el canto de rebelión, como un viento destructor de ilusiones, como gemido. Si Dioniso es sinónimo de lo trágico, el poeta será emoción. Centrándose en lo inútil, cuestionará distraídamente todos los absurdos códigos humanos. Sin sentidos, pues ¿Qué son estos cuando se sabe que se camina con el infinito a cuestas? Ante tal peso, las palabras pierden su realidad, quedándonos solo las emociones. Esto es, según De Rokha, como quedarse vivo sin vida, mirando el universo cara a cara. Entumecidos por el vértigo dionisiaco, no nos queda más que un disperso mirar de las cosas, vagabundeando melancólicamente, como quien contempla la humedad del tiempo tras los vidrios. Y es quizás por esto que hemos fabricado a Dios; como un gesto de la angustia del mundo. Sin embargo, De Rokha afirma que Dios terminó por aplastar la tierra, ennegreciendo la vida y orinando sobre la dignidad del ser humano.
Si todo pierde su glorioso sentido, no somos más que el aborto de civilizaciones cansadas y épocas en crisis; meros recipientes de errores podridos. De allí que no seamos más que el fracaso, el total fracaso del mundo. Al pudrirse las antiguas verdades, es preciso, según De Rokha, inventar ilusiones nuevas, donde el mundo resida ya no fuera, sino en nosotros mismos. ¿Y por qué no? No solo somos recipientes de errores culturales, también lo somos del cosmos, como prolongación de lo infinito, de lo inútil, de la belleza, verdadera madre de la sabiduría. Volvemos así a la danza, al movimiento, caminar por caminar, nos dice De Rokha, queriendo lo vertiginoso y el azar, poseer la verdad de saber que ya no hay verdaderas verdades, vivir gravitando entre la vida y la muerte, siempre moviéndose, pero sin saber sabiendo, siendo así bailarines macabros, como niños que juegan a la pelota con el universo. Solo así podremos crear destruyendo. Si bien somos el fracaso del mundo, somos también el encanto de Satanás.
Por eso nuestro placer al destruir creando, al ser al mismo tiempo luz y sombra. Dioniso liga los pensamientos a la anatomía. Mientras esta sea eficiente, nos dice De Rokha, lo será también nuestra ideología. Esto no nos quita, no obstante, el gesto de pánico al cuajarse el cosmos en nuestros corazones. Son estas oceánicas ideas (ventolera de lo infinito) lo que termina por generar el vértigo de la existencia. En esta situación queda el poeta; absorto en incertidumbres, parado ante lo infinito, ante el espanto y la angustia del abismo.
El poeta no es solo, como dice De Rokha, un vendedor de abismos trágicos, sino que también un risueño bailarín sobre las hundidas catedrales del pasado. Su conciencia dispersa, más cercana a la locura, le permite solo construir en la niebla de lo incierto. El poeta está así al servicio de Dioniso, arrojado como un escupo desnudo a un mundo roto y podrido, en donde lo único que queda es moverse y bailar.
Tus artículos son admirables…no sé si puede haber auténtica poesía sin elemento dionisiaco. De hecho,aunque actualmente leo menos poesía, los poemas encorsetados en los patrones clásicos acostumbran a dejarme la sensaación de que la forma secuestra al fondo. Lo poético puede depender de la musicalidad,el ritmo y las figuras retóricas que seamos capaces de situar en elmomento oportuno, pero no a mi juicio de una métrica apolínea,…
Comparto plenamente. Para el sentido común la poesía se define por la forma (de allí que cualquiera se puede llegar a creer poeta), más para mí la verdadera poesía, la que trasciende, descansa en el fondo. En consecuencia, creo, hay una profunda relación entre filosofía y poesía.