La esperanza auténtica, nos dice Terry Eagleton, debe estar basada en razones, es decir, debe ser capaz de seleccionar las características de una situación que la hacen creíble. De lo contrario, no es más que un presentimiento. El optimismo cuenta como un tipo de conservadurismo, pues su fe en un futuro propicio está enraizada en la supuesta bondad esencial del presente. Eagleton destaca que el optimismo es un componente típico de las ideologías de las clases dominantes, ya que, al carecer de instancias críticas, en general, no se ven apremiados por la necesidad de cambio, apelando solo a soluciones cosméticas.
En este sentido, el optimista subestima los obstáculos que puede ofrecernos la realidad y responde a todo de la misma forma, obviando el azar y la contingencia. En este mundo determinista, señala Eagleton, las cosas están destinadas a salir bien con una previsibilidad sobrenatural y sin que haya una buena razón para ello. Y es que como sostiene Alexander Pope, la esperanza es una ficción terapéutica, que nos mantiene vivos convenciéndonos de que persigamos una quimera tras otra. La esperanza, complementa Eagleton, es un espejismo apolíneo o una mentira vital gracias a la cual podemos evitar que la futilidad nos asalte mientras los dioses se parten de risa cínicamente en secreto. Eliminamos la vacuidad de nuestras esperanzas pasadas para perseguir una nueva quimera tentadora y a esta interminable fabricación de auto olvido se la conoce como existencia humana.
La esperanza, sostiene Eagleton, es un fetichismo del futuro que reduce el pasado a un prólogo y el presente a mera expectativa vacía, manteniéndonos vivos para que podamos seguir siendo atormentados. La esperanza es así la grieta en el presente a través de la cual se puede atisbar el futuro, pero a costa de vaciar al sujeto en el no-ser. Devalúa cada momento, depositándolo en el altar del sacrificio en aras de una futura satisfacción que nunca llegará. No parece haber diferencia entre esperanza y deseo, pues en ambos es el futuro lo que determina el presente. Tal como lo concebía ya John Locke, para quien la esperanza es el «placer mental» que sentimos cuando prevemos una fuente futura de satisfacción.
La esperanza consiste en deseo más expectativa. Eagleton señala que, si bien es posible la expectativa sin desear, no se puede esperar sin desear. Aquí podría apelarse al caso del suicida como ejemplo de predominio de la desesperanza. Sin embargo, según Eagleton, el suicida no tiene por qué estar convencido de que la existencia en sí misma carece de valor. De hecho, puede creer que hay razones para la esperanza, pero que estas expectativas no son para él. Puede que piense que sus problemas podrían acabar desapareciendo, pero no se siente capaz de esperar hasta entonces. El dolor es demasiado insoportable como para aguardar hasta que los acontecimientos den un giro positivo. Por lo demás, como destaca Eagleton, el suicidio también es una cuestión de esperanza; pues una persona se suicida porque espera dejar de sufrir.
Ahora bien, siguiendo a Spinoza, Eagleton sostiene que la esperanza parece ser la ilusión del ignorante, pues parece ser mucho más racional y seguro no esperar nada para así decepcionarse con menos frecuencia. Así, la mejor forma de conservar la ataraxia o tranquilidad de ánimo es excluir toda posibilidad futura. Si la buena vida consiste en un plácido autodominio, es necesario abandonar tanto la esperanza como la desesperanza, que nos hacen presa de los estragos del tiempo. Renunciar al futuro, nos dice Eagleton, es una cura instantánea de la ansiedad, esto es, una especie de muerte en vida, mediante el cultivo de la impasibilidad, haciéndonos inmunes tanto al deseo como al desencanto, evitando tanto el sosiego como el abatimiento, alcanzando así la apatheia.
Eagleton nos advierte que el precio de esta serenidad es una cierta monotonía redentora, tal como sucede al estoico, quien está al mismo tiempo presente y ausente en el mundo, vivo y muerto, participando en sus asuntos turbulentos pero aislado de sus vicisitudes por la nobleza de su espíritu, totalmente opuesto a los que viven esperanzados. Si bien estos últimos también están presentes y ausentes, lo hacen en otro sentido, pues se encuentran divididos entre lo que es palpable pero imperfecto y lo que está ausente, pero es tentador, entre la insistencia de lo real y la promesa de un futuro. De allí que lo más racional, en vista de evitar el sufrimiento, sea el pesimismo.
Eduardo Schele Stoller.