El perdón según Derrida: ¿es todo disculpable?

¿En qué consiste el perdón? ¿Qué perdonamos cuando aceptamos unas disculpas? ¿Hay límites para lo que podemos perdonar? Sobre este tema el filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004) destacaba que solo hay perdón donde existe lo imperdonable. El perdón debe presentarse, así como lo imposible mismo, pues solo puede ser posible si es imposible.

Si solo se estuviese dispuesto a perdonar lo que parece disculpable, entonces la idea misma de perdón se desvanecería. Si hay algo a perdonar, sería, según Derrida, lo que en leguaje religioso se llama “pecado mortal”, esto es, lo peor, el crimen o el daño imperdonable. El perdón perdona así solo lo imperdonable, ya que lo que es perdonable, algo de naturaleza más trivial o de poca importancia, no requiere, por lo mismo, de una petición explícita de perdón. No se esperan de estos actos disculpas, pues se entiende la poca importancia, premeditación o intención en lo cometido. De allí que, si estos tipos de actos son los únicos perdonables, no tenga sentido la petición de perdón misma, pues ambas partes concuerdan, implícitamente, de que no cumplía la acción los requisitos para ser una ofensa.

Por ejemplo, supongamos que vamos caminando, llevando en una mano una taza de café y en la otra cargando una carpeta llena de papeles. Si alguien se detiene a saludarnos, esta persona no debería ofenderse al no poder darle la mano, pues se entiende que las tenemos ocupadas. Aun así, solemos manifestar nuestras disculpas y nos justificamos ante este hecho, aunque su razón es más que evidente. El perdón aquí es un mero formalismo, un protocolo, una trivialidad. Pero supongamos que le pido ahora perdón a una persona por haberla torturado o abusado ¿Se puede perdonar algo así? Si la acción misma es imperdonable, el perdón aquí debería centrarse más bien en el sujeto que la comete, ya que él puede aprender de sus actos pasados para no repetirlos más a futuro. Es en el sujeto donde puede aparecer la promesa de reparación.

Sin embargo, como señala Derrida, si perdonamos con la condición de que el culpable se arrepienta, se enmiende y sea, en consecuencia, transformado, se le pide que ya no sea el mismo al que se le hizo culpable. Aquí el perdón también seria superfluo, pues no cabría la disculpa en una persona que ya no es la misma a la que cometió originalmente el acto ofensivo ¿De qué puedo perdonar a un sujeto que ya no es el mismo que cometió la ofensa?

Tomemos otro caso como ejemplo; el del Chacal de Nahueltoro. Jorge del Carmen Valenzuela Torres (1922-1963) fue un campesino chileno que a mediados del siglo XX cometió uno de los crímenes más recordados de nuestra historia. La tarde del sábado 20 de agosto de 1960, Valenzuela y su pareja, Rosa Rivas, se traban en una discusión debido a que la mujer no había podido cobrar su pensión de viudez por problemas burocráticos. Frustrado por carecer de dinero para beber, Valenzuela asesina brutalmente a la mujer y a los cinco hijos de esta. Una vez ocultados los cadáveres, huye del lugar y es capturado un mes después bebiendo como si nada en una fonda en un pueblo cercano. El caso fue controvertido, ya que no fue ajusticiado inmediatamente, sino que pasaron dos años y medio dentro de los cuales Valenzuela decía haberse rehabilitado.

El sacerdote católico que lo acompañó durante este tiempo en la cárcel, Eloy Parra, lo defendió y solicitó su indulto al entonces presidente Jorge Alessandri, argumentando que se había convertido al catolicismo, aprendiendo y aplicando sus valores morales, lo cual lo había hecho consciente de los horribles que fueron sus actos, pudiendo manifestar ahora un profundo arrepentimiento. El mismo Valenzuela apelaba a que sus actos se debieron a su precaria forma de vida, carente de cualquier tipo herramienta para generar una mayor conciencia. En sus palabras, alegaba que: nunca recibió «enducación de naiden». A pesar de ser educado, concientizado en valores y aparentemente reformado, el 30 de abril de 1963 lo fusiló de un pelotón de Gendarmería en la cárcel de Chillán.

Si el Chacal de Nahueltoro se arrepintió por sus actos ¿Por qué de igual forma se lo mató? Este ejemplo nos muestra que en el caso de ofensas graves lo que prima, más que la persona que comente el acto es el acto mismo. La acción, como vimos antes, es imperdonable, pues no puede haber vuelta atrás sobre la misma. Lo que puede cambiar es quien ejecuta una acción, no la acción ya realizada. A quien se fusila es al Chacal de Nahueltoro, no al reformado Jorge Valenzuela. En este sentido, la acción cometida no podrá nunca desligarse de quien la comete, por más inconsciente o determinado haya estado a realizarla. De allí que un buen medidor de nuestras acciones pueda ser pensar si lo que hacemos puede ser o no fácilmente perdonado.

Para que exista un perdón real, como ha destacado Derrida, este debe hacerse tanto a la falta como al culpable en cuanto tal, sin necesidad de arrepentimiento ni promesa de cambio. De haber perdón, este ha de ser sin condiciones, algo que, en la práctica, como sabemos, no ocurre, pues nos es inevitable esperar reparaciones o promesas de cambio en quienes nos ofenden, siempre y cuando, como vimos antes, creamos que de alguna manera esto sopesa el daño recibido, es decir, que la acción ya en sí misma era perdonable. Sin embargo, con esto el perdón se vuelve algo superfluo, pues ni siquiera amerita una petición formal. Por otra parte, las ofensas reales, como la del Chacal de Nahueltoro, serían imperdonables, de allí que el arrepentimiento y petición de perdón de este tampoco tenga sentido ¿Qué es entonces el perdón? ¿Un mero formalismo? ¿Un protocolo vacío y sin sentido? ¿O posee algún rol importante dentro del entramado social que nos rige?

Eduardo Schele Stoller.

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