Según Yuval Noah Harari, el creciente nivel de prosperidad humana nos lleva a establecer nuevas metas y objetivos en relación con la felicidad y la divinidad. El ser humano no se conforma con satisfacer solo sus necesidades básicas. Harari señala que la felicidad se basa en dos aspectos: uno biológico y otro psicológico. En cuanto a este último, la felicidad no solo depende de condiciones objetivas, sino también de expectativas. Aquí surge el problema de que, al mejorar las condiciones básicas, las expectativas se disparan y, a su vez, disminuye la satisfacción.
La filosofía subyacente en esto, según Harari, ha sido el humanismo, que ha venerado la vida, la felicidad y el poder del homo sapiens. Sin embargo, ahora nos enfrentamos a la posibilidad de reemplazar la selección natural con el diseño inteligente, extendiendo incluso la vida más allá de lo orgánico. Esto se debe al reconocimiento de que la historia gira en torno a nuestros relatos de ficción, que no solo se utilizan para describir la realidad, sino también para remodelarla. Las ficciones nos permiten cooperar de manera más efectiva, pero a cambio corremos el riesgo de que esas mismas ficciones determinen los objetivos de nuestra cooperación. En este sentido, el sistema puede parecer que funciona bien, pero solo si adoptamos los criterios propios de ese sistema.
Harari sostiene que la religión es una creación humana que se define por su función social, no por la creencia en deidades. Las religiones legitiman las estructuras sociales al garantizar que reflejen ciertas leyes a través de revelaciones de diferentes visionarios y profetas (como Buda, Lao-tsé, Hitler y Lenin). La religión es una herramienta para preservar el orden social y organizar la cooperación a gran escala. Sin embargo, estos pactos sociales ahora están siendo reemplazados por la ciencia. Mientras que la religión busca mantener la estructura social, la ciencia está más interesada en el poder (curar, combatir, producir). El pacto de la modernidad implica renunciar al sentido a cambio de poder.
Anteriormente, había un plan cósmico que daba sentido a la vida humana, pero esto implicaba una limitación de nuestro poder, ya que éramos solo actores en un escenario y en una trama preestablecida. Sin embargo, al renunciar al poder, la vida de los seres humanos premodernos tenía un sentido y contaban con una protección psicológica ante la adversidad. Según Harari, en la actualidad la vida ya no tiene un guion, un dramaturgo, un director, un productor o un sentido. Las cosas simplemente suceden una tras otra. Pero al no creer en una finalidad en el mundo moderno, ahora somos libres para hacer lo que queramos.
Eduardo Schele Stoller.
*Reseña de la obra Homo Deus (2015).