Una de las escenas más destacadas de la película El séptimo sello (1957) de Ingmar Bergman gira en torno a la confesión de Antonius. En este momento, sin saber que su interlocutor es la muerte, el protagonista expresa su sensación de vacío e indiferencia hacia las personas y las cosas. Reconoce además la esclavitud que lo aferra a fantasías y ensueños, lo cual lo lleva a desear la muerte. Sin embargo, lo que lo detiene es la creencia de que algo le espera más allá de ella, ya que su vida carecería de sentido de lo contrario, pues nadie puede vivir enfrentando la muerte sabiendo que se dirige hacia la nada. En respuesta, la muerte le revela que la mayoría de las personas no piensan en esto, excepto cuando se encuentran al borde de la vida, momento en el cual, por miedo, crean una imagen salvadora a la que llaman Dios.
Al no obtener respuestas satisfactorias, a Antonius solo le queda aprovechar el tiempo que dura su partida de ajedrez con la muerte para intentar hacer algo verdaderamente importante. Él mismo reconoce que ha malgastado su vida en diversiones, viajes y conversaciones sin sentido, en una especie de absurdo continuo. En la película, este absurdo puede estar simbolizado por los juglares, con quienes Antonius encuentra un respiro de las inquietudes que lo atormentan. La distracción a través del mundo sensible parece ser la única cura para escapar del delirio filosófico, como afirmaba David Hume. Al compartir con los juglares, todos los problemas se vuelven irreales y carentes de importancia. Los juglares representan las numerosas distracciones que tenemos hoy en día para evitar la introspección, la angustia y el aburrimiento.
Pero la distracción es efímera, y los tormentos de Antonius regresan con más fuerza a medida que el juego llega a su fin. Por eso, sigue albergando la esperanza de recibir alguna señal de Dios que alivie su angustia ante la nada y purifique la aparente absurdidad de la vida. Su único consuelo parece ser su escudero, Juan, quien ya le había advertido que la angustia en los ojos de una joven condenada a la hoguera se debe a su reconocimiento de la nada, es decir, a la falta de redención. En el clímax de la película, cuando la muerte los visita a todos, Juan insta a Antonius a mantener la cordura y le reprocha que sus súplicas no conmoverán a nadie. Le dice que debería haber disfrutado más de la vida en lugar de cuestionar la eternidad. Pero ya es demasiado tarde, aunque al menos lo invita a disfrutar finalmente de vivir en la verdad antes de caer en la nada.
El juego de ajedrez entre Antonius y la muerte se asemeja a la propia vida: una prórroga para comprender la inevitable marcha hacia la muerte. En este sentido, todos hemos empezado el juego, pero pocos son conscientes de su verdadera naturaleza. En realidad, sabemos que nos dirigimos hacia la nada, y por eso no queremos enfrentarla, optando en cambio por perdernos entre los juglares.
Eduardo Schele Stoller.
*Reseña de la película El séptimo sello