El deseo humano de ser reconocido por los demás es inseparable de nuestra existencia. Es a través del reconocimiento que recibimos de los otros que construimos nuestra identidad. Agamben destaca que originalmente, la palabra «persona» significa «máscara», y es a través de esta máscara que adquirimos un rol y una identidad social. La máscara llega a ser sinónimo de la personalidad que la sociedad atribuye a cada individuo. Los otros seres humanos son importantes y necesarios porque son capaces de reconocernos.
Sin embargo, este reconocimiento ha cambiado, ya que nuestra identidad ya no se basa únicamente en la mirada y el reconocimiento personal. Según Agamben, el ser humano se ha quitado la máscara que durante siglos permitió su reconocimiento y ahora confía su identidad a algo íntimo y exclusivo, pero con lo que no puede identificarse completamente. Ya no dependemos de los demás para obtener reconocimiento, ni tampoco de nuestra capacidad ética de no coincidir con la máscara social que hemos asumido.
Agamben sostiene que esta nueva identidad es una identidad sin persona. Esto significa que la máscara representaba lo privado, lo oculto, y al caer la máscara, la identidad queda al descubierto. Esta reducción del ser humano a la vida desnuda nos hace temer la caída de los principios éticos personales que han guiado tradicionalmente la ética occidental. Así como los deportados en Auschwitz perdieron su nombre y nacionalidad, convirtiéndose en meros números tatuados en sus brazos, de manera similar, el ciudadano contemporáneo se ha diluido en la masa anónima de los datos biométricos. Esto puede traer cierto alivio, ya que nos liberamos del peso de la persona y de la responsabilidad moral y jurídica que conlleva. La culpa requiere un sujeto unificado, pero hoy en día las máscaras se han multiplicado, difuminando así la responsabilidad.
Al desnudarse la identidad, al desaparecer la esfera privada que representaba la máscara, también ha decaído la belleza, ya que esta se basa en la relación entre lo velado y lo revelado, la envoltura y su objeto, en una relación dominada por el «secreto». La belleza radica en objetos que esencialmente necesitan un velo. Según Agamben, la belleza es indevelable en su esencia. Si lo bello solo puede existir velado, entonces el secreto es el fundamento divino de la belleza, ya que solo puede ser aparente. Sin embargo, hoy en día solo podemos presenciar el desencanto de la belleza en la desnudez, a través de una exhibición miserable de apariencia, más allá de cualquier misterio o significado. La obsesión por lo público ha revelado el simple y poco aparente cuerpo humano. La desnudez carece de significado y, según Agamben, nos trasciende.
Eduardo Schele Stoller.
*Reseña de la obra Desnudez