Simone de Beauvoir realizó un profundo análisis de la concepción de la mujer a lo largo de la historia, que ha cambiado poco. Según ella, filósofos como Aristóteles afirmaban que la mujer carece de cualidades y Santo Tomás la consideraba naturalmente defectuosa, un hombre fallido. De Beauvoir sostiene que la humanidad es masculina y que la mujer solo tiene consideración en relación al hombre, sin autonomía propia. La mujer es un producto de la civilización y se define por cómo percibe su cuerpo y su relación con el mundo a través de las conciencias masculinas.
De Beauvoir señala que los dos sexos nunca han compartido el mundo en igualdad, lo cual contradice la perspectiva existencialista. Para las mujeres, la trascendencia deseada se convierte en inmanencia, degradando su existencia y oprimiendo su libertad. Los hombres imponen su alteridad y las petrifican como objetos, condenándolas a la inesencialidad mediante justificaciones fisiológicas, psicológicas o económicas.
Sin embargo, De Beauvoir destaca que la comparación entre sexos solo es posible desde una perspectiva humana, no es algo dado. Somos lo que hacemos, el hombre no es una especie natural sino una idea histórica. Esto implica que la mujer no es una realidad inmutable, sino un proceso de desarrollo. De Beauvoir afirma que no se nace mujer, se llega a serlo.
La civilización elabora un producto intermedio entre el macho y el castrado, lo que se considera femenino. La mentalidad de la mujer, confinada a las labores domésticas, se llena de supersticiones y rituales, siendo rutinaria y sin impulso creador. De Beauvoir confiaba en que esta condición de la mujer podría revertirse si se le abría un futuro y dejaba de aferrarse al pasado. Los defectos atribuidos históricamente a las mujeres reflejan la estrechez de sus horizontes y la falta de acceso a grandes metas. Si se las destaca solo por su sensualidad e inmanencia es porque han sido encerradas en esas características y se les ha dado una importancia meramente animal.
La mujer ha dado importancia a las cosas pequeñas porque no ha tenido acceso a las grandes. Su vida se centra en la producción de medios utilitarios como comida y ropa. Las circunstancias invitan a la mujer a volverse hacia sí misma y a entregarse a sus propios deseos, producto de su concepción como objeto desde la infancia. Esta concepción también se refleja en la idea de la belleza. Para los hombres, es un síntoma de trascendencia, mientras que para las mujeres tiene la pasividad de la inmanencia, destinada a detener la mirada y quedar atrapada en lo estático.
Eduardo Schele Stoller.
*Reseña de la obra El segundo sexo (1949)