El amor en el Banquete de Platón

El amor en el Banquete de Platón

Dos son los discursos que acaparan la atención en el Banquete de Platón; el de Pausanias y el de Diotima. Para el primero, el amor se dirige principalmente a lo masculino, pues considera que el hombre encarna lo más fuerte e inteligente por naturaleza. En relación con esto, realiza incluso una aclaración con respecto a la pederastia (práctica común entre los griegos) al considerarla como amor ya cuando los jóvenes empiezan a tener cierta inteligencia (cuando empieza a crecer la barba).

De todas formas, el amor para Pausanias se centra más en el alma que en el cuerpo. Radica en la estabilidad, algo que el cuerpo no puede cumplir como condición, pues prontamente se marchita con el paso del tiempo. El que está enamorado de un carácter, en cambio, permanece firme a lo largo de toda su vida al estar íntimamente unido a algo estable. Según Pausanias, se ama entre lo masculino por sabiduría, al intentar abrazar lo que es similar a ellos. El amor es el deseo de recuperar la integridad originaria, separada posteriormente por la divinidad.

Sócrates recapitula lo expresado en el diálogo señalando que Eros sería entonces amor de lo que se tiene realmente necesidad; amor por lo bello. Pero si esto es así, entonces Eros no posee la belleza, y tampoco, al ir unidas, las cosas buenas. Allí Sócrates recuerda el discurso dado alguna vez por Diotima, quien afirmara que Eros no sería un Dios, ya que no posee las cosas buenas, bellas y, en consecuencia, la felicidad. Sería más bien un gran demon que está entre lo divino y lo mortal.

Para Diotima, el amor es el deseo de poseer el bien, pero también de procrear en lo bello, referido tanto al cuerpo como al alma. Este proceso no llega a producirse en lo que es incompatible, lo que pasa a identificarse a su vez con lo feo. El amor, afirma Diotima, no es amor de lo bello, como cree Sócrates, sino que amor de la generación y procreación en lo bello, en lo que sería una profunda búsqueda de algo eterno e Inmortal. El amor es también amor de la inmortalidad.

Eduardo Schele Stoller.

 

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