Bauman: amor, deseo y consumo

Bauman: amor, deseo y consumo

En El Banquete de Platón, Diotima señala a Sócrates que el amor no se dirige exclusivamente a lo bello, como él creía, sino a concebir y nacer en lo bello. Amar es desear concebir y procrear, y por lo tanto, el amante busca y se esfuerza por encontrar la cosa bella en la cual pueda concebir. El amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas o terminadas, sino en el impulso de participar en la construcción de esas cosas. Bauman afirma que el amor está muy cercano a la trascendencia, siendo tan solo otro nombre del impulso creativo.

Esta visión clásica del amor contrasta con la cultura actual, que prefiere los productos listos y disponibles para su uso inmediato, las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea, resultados sin esfuerzos prolongados, recetas infalibles, seguros ante cualquier riesgo y garantías de devolución de dinero. El amor clásico se ha convertido en deseo, asociado directamente con el afán de consumo.

Según Bauman, el deseo es el anhelo de consumir, de absorber, devorar, ingerir, digerir y aniquilar. El deseo no necesita otro estímulo que la presencia de alteridad. Esa presencia es siempre una afrenta y una humillación. El deseo es precisamente el impulso para vengar la afrenta y disipar la humillación. Es la compulsión de cerrar la brecha con la alteridad que atrae y repele, que seduce con la promesa de lo inexplorado e irrita con su evasiva y obstinada otredad. El deseo es el impulso para despojar la alteridad de su otredad y, por lo tanto, de su poder. Una vez que se explora, se familiariza y se domestica la alteridad, debe emerger despojada del aguijón de la tentación. Lo que se puede consumir atrae, los desechos repelen. El deseo es así también un impulso de destrucción y de muerte, según destaca Bauman.

Por otro lado, el amor se fundamenta en el anhelo de querer y proteger al objeto amado, siendo un impulso para integrar y fusionar al sujeto con el objeto, a diferencia del deseo que busca lo contrario. El amor es la supervivencia del «yo» a través de la otredad del «yo», por lo tanto, implica proteger, nutrir, ofrecer refugio y estar al servicio del otro. Se ejerce dominio mediante la entrega. Bauman sostiene que el dominio y el deseo de poder son gemelos siameses. Si el deseo busca consumir, el amor busca poseer. El deseo aniquila su objeto mientras que el amor busca perdurar. El deseo destruye su objeto mientras que el amor lo esclaviza, lo custodia y lo protege.

Según Bauman, el consumismo ya no se trata de acumular bienes sino de usarlos y deshacerse de ellos para poder adquirir nuevos bienes y utilizarlos de forma correspondiente. La vida del consumidor promueve la ligereza, la velocidad, la novedad y la variedad para alimentar y proporcionar satisfacción. Aquellos que no necesitan aferrarse a sus posesiones durante mucho tiempo son considerados exitosos. En la sociedad de consumo, la imagen del éxito está relacionada con la renovación constante.

Sin embargo, un hombre así estaría plagado de angustias, según Bauman, porque siempre habrá sospechas de estar viviendo en la mentira o el error, de que se ha perdido algo de importancia crucial, de que algo se ha dejado sin explorar o intentar, o de que alguna posibilidad de felicidad desconocida y diferente a la experimentada hasta el momento se ha escapado o está a punto de desaparecer para siempre. En consecuencia, estamos condenados a permanecer en la incompletitud y la insatisfacción. El viaje no tiene fin, el itinerario se modifica en cada estación y el destino es una incógnita a lo largo de todo el recorrido.

Bauman afirma que el vínculo entre la sublimación del instinto sexual y su represión se ha roto en la sociedad moderna líquida. La sociedad actual ha encontrado una manera de sublimar los instintos sexuales sin reprimirlos, y esto se debe a que ya no se ven impulsados por la coerción, sino por la seducción de los objetos sexuales disponibles. Cuando la calidad no satisface, buscamos la salvación en la cantidad, y cuando la duración no funciona, podemos encontrar redención en la rapidez del cambio. Esta rapidez también parece gobernar las relaciones sociales, ya que cada conexión puede ser de corta duración, pero su exceso es indestructible.

En medio de la eternidad de la red imperecedera, podemos sentirnos a salvo de la fragilidad irreparable de cada conexión individual y transitoria, y siempre podemos refugiarnos en esta red cuando la multitud que nos rodea se vuelve intolerable. Un caso paradigmático de esto es el uso de los teléfonos celulares, que permiten conectarse con personas a distancia, pero también permiten mantenerse a distancia. ¿Por qué son tan populares? ¿Es por la nueva facilidad para conectarse o la nueva facilidad para desconectarse?

El advenimiento de la proximidad virtual ha hecho que las conexiones humanas sean más habituales pero superficiales, más intensas pero breves, sin establecer un vínculo real. Estas conexiones requieren menos tiempo y esfuerzo para ser realizadas y menos tiempo y esfuerzo para ser cortadas. Por lo tanto, aunque la distancia no es un obstáculo para conectarse, conectarse no es un obstáculo para mantenerse a distancia. Estar conectado es más económico que estar relacionado, pero también menos provechoso para construir y mantener vínculos.

Eduardo Schele Stoller.

 

 

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