Según Sartre, los objetos solo deberían considerarse como inofensivos útiles, pero a veces, cuando entramos en contacto con ellos, pueden volverse insoportables y parecer cobrar vida. Esto puede provocar una sensación de asco y suciedad en todas partes, conocida como la náusea.
Sartre sostiene que solo una o dos de cada cien historias son realmente vivas, por lo que debemos dosificar su recuerdo para evitar gastarlas y sentir el deterioro que conlleva apuntalar las sensaciones a través de las palabras. Sin embargo, esta es una tarea inútil, ya que los recuerdos se solidifican a partir del presente, convirtiéndose en una forma de escapar al pasado inalcanzable.
A pesar de esto, Sartre cree que contando nuestras historias podemos hacer que la vida trivial del presente sea más emocionante. El hombre es siempre un narrador de historias y trata de vivir su vida como si la contara. Esta podría ser una forma de evadir la náusea.
Según Sartre, la existencia es contingente y no necesaria. Todo lo que existe nace sin razón y muere por casualidad. La filosofía, la ciencia, la religión y otras elucubraciones teóricas son simplemente narcóticos para evitar la náusea, que es una condición necesaria para aquellos que abandonan toda sublimación teórica. Quizás el último recurso sea la poesía, que permite sufrir la única necesidad que nos queda: la muerte.
Eduardo Schele Stoller.