Byung-Chul Han señala que la sociedad actual está obsesionada por la limpieza y la higiene, lo que ha generado una sociedad que siente asco ante cualquier forma de negatividad, lo cual no permite espacio para lo realmente bello y sublime. Según Han, lo bello forma parte de la negatividad de lo sobrecogedor y puede llegar a ser incluso doloroso, y su contemplación no suscita complacencia sino conmoción.
Han también destaca que para la belleza es esencial el ocultamiento, y su desvelamiento la desencanta y destruye, tal como ocurre en la pornografía contemporánea. En cambio, el cálculo de lo semioculto genera un brillo seductor que distrae e implica lejanía. La seducción y lo erótico siempre van de la mano del secreto, lo que invita a una contemplación más demorada y a que desaparezcan ansias, intereses e imperativos. La libertad que conlleva lo bello me desembaraza de mí mismo, aquietando las demandas del querer y, con ello, del tiempo.
Por otro lado, lo sublime resulta demasiado poderoso y grande como para ser captado por la imaginación, lo que nos hace sentir impotentes, pero también conmovidos, ya que esto nos hace sentir por sobre la naturaleza. El agrado en lo sublime es solo posterior al desgano y la impotencia. A pesar de que la complacencia en lo sublime es negativa, nos lleva a una constatación de superioridad posterior. Esto es algo propio y exclusivo del juicio humano.
Sin embargo, Han sostiene que hemos ido perdiendo esta capacidad debido a la digitalización del mundo, que nos hace estar constantemente interconectados, mirándonos continuamente a nosotros mismos en una retina digital que transforma el mundo en una pantalla de imagen y control. Esto nos lleva a una falta de asombro y a encontrar agrado solo en nosotros mismos, explicando así la fascinación por la selfie, que es una expresión del vacío interior de los sujetos.
En consecuencia, lo bello y el erotismo, entendido hacia otro, ha ido desapareciendo, reduciéndose tan solo al presente y valorándose solo por su uso y consumo. El consumo destruye lo otro y lo profana, pasando lo otro a ser un mero objeto de hábito y costumbre. El consumo no solo es antagonista de lo bello y lo sublime, sino también del pensamiento y su capacidad de despertar la conciencia. Esto tiene consecuencias tanto estéticas como epistemológicas.
Eduardo Schele Stoller.