Kafka y la vida como proceso

Kafka y la vida como proceso

La vida humana es un proceso largo y tedioso en el que estamos condenados a vivir por motivos desconocidos, destinados a sufrir la burocracia de un procedimiento absurdo. Vivimos en una paradoja, ya que estamos atrapados, pero somos libres para cumplir con nuestras obligaciones. Todos somos meros funcionarios en un proceso cuyo significado desconocemos. ¿Cómo podemos escapar de este enajenante proceder?

Hay dos opciones: la muerte o la metamorfosis. Si el proceso no cambiará, debemos cambiar nosotros mismos. El hombre que logra una transformación así es aquel que ha despertado su conciencia y se ha dado cuenta de la absurdez de la vida. Está en la misma situación que Sísifo, quien inútilmente arrastra una roca cuesta arriba para verla caer una y otra vez. La tragedia de esta condición radica solo en el darse cuenta de este hecho. Es por eso que el trabajo sin sentido y con ignorancia puede ser una bendición. Por otro lado, el sujeto de la metamorfosis es un sujeto consciente y demasiado consciente. La angustia y el dolor lo han despertado y han clarificado la inutilidad y lo absurdo del proceso, cuyo desenlace, la muerte, ya no tiene sentido sublimar. La sentencia no tiene juez (Dios) ni tribunal al que responsabilizar.

Un individuo transformado de esta manera ya no puede ser parte del engranaje procesual y, por tanto, será rechazado por el resto de los sujetos que aún lo son. La tolerancia ante su repugnancia se convierte en alivio cuando se le quita de vista o simplemente se le elimina. ¿No es esta acaso la vida y el rechazo que vive el mismo filósofo? Si la vida (proceso) es un peso, una carga o un absurdo, lo es para aquellos que no solo la sienten, sino que también la padecen y piensan. Este despertar nos transforma, y esta transformación, a su vez, produce rechazo en aquellos que aún duermen.

Según Kafka, el verdadero camino no es sobre una cuerda tensada en la altura, sino muy cerca del suelo, lo que invita más a tropezar que a ser transitada. Los fallos humanos provienen de nuestra impaciencia con el proceso, razón por la cual fuimos expulsados del paraíso. A raíz de la indolencia después de la metamorfosis, hemos sido castigados con la imposibilidad de regresar. En este limbo, Kafka considera que los escondrijos son innumerables, la salvación solo una (la muerte), pero las posibilidades de salvación (esperanzas, sin sentidos, absurdos, procesos) abundan. Lo que llamamos camino no es más que, como toda vida de filósofo, dudas y preguntas sin respuesta. Un camino así es interminable y, sin embargo, todos conservan su vara de medida infantil, embelleciéndose ridículamente para este mundo.

¿Qué opciones nos quedan en este escenario? Según Kafka, debemos poner a prueba nuestra humanidad, haciendo dudar a quienes dudan y dando fe a quienes creen. Hay que sentir la fluctuante y arrastrante marea sin aferrarnos a nada, ya que el espíritu solo se libera cuando deja de ser un apoyo para los demás. Nuestras acciones, por absurdas que sean, deben oscurecer el cuadro de la muerte, adorando dioses que alivien la pesada carga de la responsabilidad que nos impone la tradición.

Como en «La Metamorfosis» de Kafka, debemos reducir nuestro círculo social, manteniéndonos ocultos, en silencio y en espera, para evitar convertirnos en víctimas de la burocracia, el protocolo y el rechazo de aquellos que no toleran a aquellos que se marginan de este absurdo proceso que es la vida en comunidad.

Eduardo Schele Stoller.

2 comentarios sobre “Kafka y la vida como proceso

  1. Leí dos veces el libro.probablentela primera vez no tenía madurez para entenderlo.La segunda lectura me llenó de compasión.Con los años nos da Nueva visión de lo mismos

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