El anarquismo epistemológico de Feyerabend

El anarquismo epistemológico de Feyerabend

En su Tratado contra el método (1975), Feyerabend señala que la ciencia no posee una estructura ni elementos que se presenten en cada desarrollo de su disciplina, ya que, en la resolución de problemas, los científicos utilizan diversos tipos de procedimiento, no habiendo, por tanto, una sola “racionalidad” que pueda considerarse como guía para cada investigación. El científico se sirve tanto de experiencias anteriores, sugerencias heurísticas, concepciones de mundo, disparates metafísicos, restos y fragmentos de teorías abandonadas para su investigación.

Similar a lo que ocurre en el arte, la ciencia no se refiere a una realidad objetiva, sino que es solo una forma más de representarla. La ciencia, destaca Feyerabend, cuenta como una herramienta, entre muchas otras, de acercamiento a la realidad. El que domine una forma de contemplar la naturaleza no implica que hemos alcanzado la realidad. Otras formas de realidad no tienen (provisionalmente) consumidores, amigos o defensores. Feyerabend considera así que arte y ciencia se asemejan a la hora de abordar el problema de la realidad, pues hay todo tipo de reglas empíricas que ayudan en el intento del avanzar científico, siempre dependientes de los objetos de estudio y de las circunstancias, tanto sociales como subjetivas (deseos). Considera a la ciencia como una empresa esencialmente anarquista, lo cual, a su juicio, facilitará a su vez el progreso de esta.

Según Feyerabend, el único principio metodológico deseable es el “todo sirve”. El resto de las reglas es necesario que sean infringidas para que haya progreso.  Esta práctica, de ignorar o adoptar reglas opuestas, es razonable y necesaria para el desarrollo del conocimiento. El anarquismo estimula así el progreso. Es en este contexto que Feyerabend propone un “método” para proceder de esta manera; la “contrainducción”, que consiste en hacer uso de hipótesis que contradigan teorías bien confirmadas y resultados experimentales establecidos, es decir, oponiendo “contrarreglas” a las reglas ya establecidas en la empresa científica.

Feyerabend concibe el conocimiento como un océano siempre en aumento de alternativas incompatibles entre sí, tal vez inconmensurables, en donde cada teoría, mito y cuento de hadas contribuye por medio de un proceso competitivo, al desarrollo del conocimiento. Esta evaluación no puede proceder desde dentro, sino que se requiere de una crítica externa, de un conjunto de supuestos alternativos, ya que la libertad de la experiencia del teórico no se remite solo a los hechos, sino que está restringida por la tradición en la que trabaja, por sus creencias, prejuicios, el aparato formal disponible, la estructura del lenguaje que habla y un conjunto de creencias metafísicas.

La evidencia experimental no consta solo de hechos puros y simples, sino también de hechos analizados, modelados y construidos de acuerdo con alguna teoría. Con esto, Feyerabend rechaza el método inductivo, ya que este supone un “principio de autonomía” entre hechos y teorías. Pero el requisito de aceptar solo aquellas teorías que se sigan de los hechos nos dejaría sin ninguna teoría, pues, de acuerdo con nuestros presentes resultados, casi ninguna teoría es consistente con los hechos. El material que un científico tiene realmente a su disposición nunca está completamente separado de la base histórica. Así, Feyerabend sugiere que una teoría puede ser inconsistente con la evidencia, no porque no sea correcta sino porque la evidencia esté contaminada.

La proliferación de teorías, posibilitada por la contrainducción, es así beneficiosa para la ciencia, mientras que la uniformidad debilita su poder crítico, poniendo en peligro el libre desarrollo del individuo. La no existencia de alternativas teóricas puede producir la apariencia de éxito. Pero al proceder de este modo, tal teoría pasa a convertirse en ideología, ya que si tiene éxito no es porque se corresponda con los hechos, sino más bien porque se han eliminado aquellas teorías que podrían ofrecer una real contrastación. Los resultados observacionales, internos, hablarán siempre a favor de la teoría. Al estar formulados en sus términos, se tendrá la impresión de haber llegado a la verdad.

La base evidencial, la adecuación a lo fáctico y la coherencia son algo producido por la investigación y, por tanto, algo que no puede imponerse como predicción de ella. En este sentido, el éxito solo puede distinguir a un estilo de pensar cuando se poseen ya criterios que determinan lo que es el «éxito». “Verdad”, por ejemplo, es lo que afirma el estilo de pensar que es verdad. La elección de un estilo, de una realidad, de una forma de verdad, incluyendo criterios de realidad y de racionalidad, es la elección de un producto social humano. Es objetiva esta elección solo en el sentido condicionado por la situación histórica, puesto que también la objetividad es una característica de estilo.

Producto de lo anterior Feyerabend cree que se diluye la separación entre ciencia y no-ciencia, ya que perfectamente puede ocurrir que el conocimiento de hoy pase a constituir los cuentos de hadas del mañana, y que el mito más ridículo pase a convertirse en la pieza más sólida de la ciencia. La separación de ciencia y no ciencia no solo es artificial, sino que también va en perjuicio del avance del conocimiento.

Ahora bien, el anarquismo epistemológico, advierte Feyerabend, difiere tanto del escepticismo como del anarquismo político (religioso), ya que mientras el escéptico desiste de hacer juicios ante puntos de vista y el anarquista político pretende eliminar cierta forma de vida, el anarquista epistemológico puede desear defenderla, puesto que no tiene ninguna lealtad o aversión eterna hacia alguna institución o ideología. No existe, sostiene Feyerabend, ningún punto de vista, por más absurdo e inmoral que sea, que rehúse considerar o someter a su influencia, como así también no existe ningún método que considere como indispensable. A lo único que debemos oponernos es a los criterios universales, tales como el de “verdad” o “razón”.

Eduardo Schele Stoller.

 

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