Bajo el enfoque epistemológico de William James la verdad no es concebida en un sentido trascendente, sino más bien como una propiedad de solo algunas de nuestras ideas, a saber, de aquellas que logran cierta adecuación con la realidad y, producto de lo cual, podemos corroborar y verificar. Esto quiere decir que la verdad no es una propiedad inherente a las ideas, ya que estas solo llegan a ser verdaderas como producto de diversas contingencias.
Las ideas llegan a ser ciertas dependiendo de las circunstancias, las que deben cumplir con el requisito de ayudarnos, práctica o intelectualmente, a relacionarnos con la realidad. Así, recalca James, lo verdadero es solo lo ventajoso en nuestro modo de pensar, por tanto, refiere a su actuación empírica con respecto a ciertos intereses.
Lo que el pragmatismo busca es asentar las disputas metafísicas, tratando de interpretar cada noción identificando sus respectivas consecuencias. Si entre dos nociones no hay diferencias prácticas, vendrían a significar lo mismo, por lo que la disputa es en vano. Se deben mostrar algunas diferencias prácticas entre las posiciones, aspectos bajos los cuales el mundo sería diferente si alguna de las alternativas fuese verdadera.
El pragmatismo es solo un método, ya que no propone ningún resultado en particular. No es una solución, sino un programa de trabajo para transformar la realidad, el que se desentiende de los principios y causas para centrarse ahora en las consecuencias y hechos de la experiencia. Las teorías se vuelven así instrumentos, no respuestas a enigmas.
Una hermosa analogía que ofrece James para ilustrar la situación del ser humano ante el conocimiento es la siguiente. Imaginemos que el agua representa el mundo de los hechos sensibles y el aire el mundo de las ideas abstractas. Ambos mundos son reales e interactúan, pero lo hacen solo en los límites. El centro de todo lo que vive y nos pasa, la experiencia, pasa en el agua. Somos como peces nadando en el mar de los sentidos limitados arriba por los elementos superiores, pero no pudiendo respirarlo., a pesar de que obtenemos nuestro oxigeno de ellos.
Eduardo Schele Stoller.