Si, si, lo veo; una enorme actividad social, una poderosa civilización, mucha ciencia, mucho arte, mucha industria, mucha moral, y luego, cuando hayamos llenado el mundo de maravillas industriales, de grandes fábricas, de caminos, de museos, de bibliotecas, caeremos agotados al pie de todo esto, y quedará ¿Para quién? ¿Se hizo el hombre para la ciencia o se hizo la ciencia para el hombre?
La filosofía, nos señalaba Unamuno, brota como un sentimiento inconsciente que responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo, en parte porque esto mismo pretendemos que se aplique a nosotros mismos, en cuanto esencia y espíritu, en el anhelo de no morir.
Como si fuesemos fines en sí mismo, llegamos a creer que el mundo se ha hecho para nuestra conciencia, Sería esta obsesión la que fundamenta a la ciencia, la que si busca la verdad lo hace para satisfacer nuestros propios intereses. Las variaciones de la ciencia, afirma Unamuno, dependen así de las variaciones de las necesidades humanas. Sin embargo, la ciencia no satisface como la religión nuestras ansias de inmortalidad, de hecho, la contradice, al estar la razón y la vida en estricta oposición. El conocimiento está así al servicio del instinto de conservación, siendo esto último lo que constituye nuestra realidad y verdad del mundo perceptible. De esta forma, el punto de partida de toda filosofía vendría a ser lo práctico y no lo teórico. Si pensamos, sostiene Unamuno, es porque vivimos, siendo entonces las teorías justificaciones a posteriori de nuestra conducta. Contrario a la afirmación de Descartes, primero vivimos y solo después pensamos.
Pero de lo racional, advierte Unamuno, también proviene el sentimiento de lo trágico. Y esto porque todo lo racional, al estar marcado por el escepticismo, es anti vital, pues va en contra de nuestro deseo de no morir, miedo que ha dado fuerza desde sus orígenes a las religiones, las que prometen la inmortalidad del alma y la existencia de una entidad divina que lo garantiza. ¿Qué sería, se pregunta Unamuno, un universo sin conciencia alguna que lo reflejase y lo conociese? Nuestra vida carecería de sentido. No es pues necesidad racional, sino angustia vital, lo que nos lleva a creer en Dios. La religión, por tanto, es una hedonística trascendental, ya que a través de ella buscamos salvar nuestra individualidad, sin importar que para ello vivamos en una constante mentira, tratando de olvidar el sentimiento trágico de la vida.
Eduardo Schele Stoller.