Según el Marqués de Sade, el ser humano debe obedecer, nutrirse y servirse de las pasiones, puesto que es lo único que nos conduce a la felicidad. El autor nos aconseja despreciar todo lo que sea contrario a las leyes del placer. Se debe destruir consecuentemente a la virtud, la tradición y a la educación que la perpetúa. Hay que convertirse así al libertinaje, pervirtiendo los principios de la moral.
Esto es lo que nos demanda la naturaleza, la que solo ha querido que obtuviésemos el placer mediante el sufrimiento, placer que pasa a convertirse en nuestro único Dios, pues este se identifica ahora con la naturaleza y no con las quimeras creadas por la razón humana. Todas nuestras ideas, afirma Sade, son representaciones de los objetos que nos golpean, por lo que Dios no es más que una idea sin objeto.
Pero la crítica de Sade no se limita solo a la idea de Dios, sino que también a los valores inculcados por el cristianismo, tales como la solidaridad. El autor nos dice: ¿queréis que no haya moscas en vuestra habitación? Pues no derraméis azúcar para atraerlas. Y es que bajo esta filosofía la bondad no es más que una actitud de los débiles, pues en realidad lo que prima en la historia es el relativismo. No hay horror, por ejemplo, que no haya sido alguna vez divinizado, razón por la que no debiese haber limite a los placeres y a la lujuria.
Si el sexo es el único fin de la naturaleza, debemos romper con los frenos que lo obstaculicen, tales como la moral, el amor, el matrimonio y el embarazo. El adulterio se vuelve así un derecho natural. Todo lo que conlleve placer no tiene por qué ser prohibido, incluyendo la sodomía, la destrucción y el gusto por la crueldad, siempre en la medida que se responda a los intereses egoístas de cada individuo. Sade afirma que debemos deleitarnos no importa a expensas de quién, valorando la crueldad como medio, ya que esta no es otra cosa que la energía que aún no ha logrado corromper la civilización.
Sin embargo, la lógica del deseo -la cual debe regir la vida del ser humano conforme a los designios de la naturaleza- está lejos de representar una actitud libre. Al basar su vida en el placer desmesurado, sin límites, caemos en una escala ascendente de deseos, cuyo límite para ser satisfecho no hace más que alejarse conforme se van cumpliendo. El mismo Sade reconoce que constantemente se quieren nuevos placeres, los cuales quieren obtenerse por los medios más intensos ¿Cómo puede el deseo sin límite llevarnos a la felicidad?
El libertino al no estar conforme nunca con sus deseos, al ir siempre más allá, se separa cada vez mas de su felicidad, pues su bienestar pasa a depender de cosas cada vez más complejas e independientes de su voluntad, volviéndose así en un esclavo de la naturaleza. Si bien el libertino se libera de Dios y la moral, no hace más que reemplazar unas cadenas por otras; las de la región por las de la naturaleza.
Eduardo Schele Stoller.